Levántate con una sonrisa.

  Primera hora de la mañana. 

 Aún es de noche.

 Suena el despertador y... ¡estoy que crujo! Me cruje el cuello, me cruje la espalda, me cruje el hombro, me cruje la rodilla... vamos, ¡crujiente total!

  Puedo hacer dos cosas, lamentarme o sonreir. La opción que más ánimo me dá es la segunda, al menos, algo mejoraría, así que vamos a ella.
  
  ¡Empiezo el día con una sonrisa!

  Sonrío y al sonreir mi cerebro empieza a recordar cosas buenas, sueños agradables, sueños por cumplir, recuerdos de la infancia, recuerdos más cercanos, palabras amables de personas que conoces y de personas que apenas conoces y... todo vuelve a funcionar.

  He desayunado y voy dejando de crujir, pero mi sonrisa permanece.

  Salgo a la calle con mi sonrisa puesta y a la gente parece que le molesta, deben pensar "con la que está cayendo y ésta sonriendo...", o simplemente que estoy loca. Así que yo sonrío más.

  Me cruzo con gente que no conozco con la sonrisa amplia y me miran raro... Definitivamente creo que estos sí que piensan que estoy loca, pero ¡de atar! Y ahora ya me echo a reir.

  Me río, con ganas, no me importa nada, sólo yo, es mi momento y lo disfruto. Me da igual que me miren, que me miren raro, que comenten y lo que piensen. ¡Me río!

  Y, cuando empieza a calmarse la risa, vuelvo a recordar el primer momento del día, aquel cuando sonó el despertador, aquel que casi despierta a todos con aquellos crujidos. Y me doy cuenta de una cosa... ¡Ya no crujo! Todo eso quedó atrás, pero mi sonrisa sigue permaneciendo.

  Tenía dos opciones, lamentarme o sonreir...

  Elegí la correcta.

  Levántate siempre son una sonrisa.